martes, 7 de junio de 2011

El muro



Me encuentro paseando sobre un muro que marca la diferencia entre mundos... dimensiones. Todas ellas nacen de las personas. De sus opiniones, pensamientos, creencias y aficiones. Etiquetas que nos sirven tanto para parecernos como para diferenciarnos los unos de los otros. El muro serpentea, extendiéndose y bifurcándose, creando una red laberíntica de pasillos infinitos por los que moverse, mientras marca los límites entre unas mentes y otras.

Miro desde lo alto del muro a las personas que hay a mi alrededor, cada una en su pequeño receptáculo. Las escucho, atenta. Todos tienen algo que decir, algo que contar, una opinión que dar al mundo. Cada cual dice lo suyo, pensando que tiene más razón que los demás. Las palabras revolotean en el aire y yo las recojo cuidadosamente. Analizo cada linea, cada punto y cada palabra. Luego cojo todo aquello digno de recordar, o todo aquello que no consigo comprender, y lo guardo en mi cabeza para despues seguir caminando.

Soy consciente de que la realidad que vivo en este momento es mía y sólo mía. Es lo que yo veo. Mi propia visión del mundo y de las personas que me rodean. Y igual que yo veo a cada cual, perfectamente clasificado y etiquetado, sé que el mundo reflejado en sus ojos es significativamente diferente al mío. Seguramente yo no estaría aquí, sobre el muro, sino que permanecería en uno de los recintos, como todos los demás.

No les culpo... mis orígenes me delatan y provocan una indiscutible tendencia hacia los ideales en los que me he criado. Unos dirían que doy un paso hacia ellos. En realidad no es a donde me dirijo... sino de donde vengo. He sacado un pie ya y es el otro que queda dentro el que habla en mi nombre y me clasifica en ésta sociedad. No es algo contra lo que deba luchar, forma parte de lo que soy y como tal lo acepto, lo respeto y lo escucho en la misma medida que los demás.

Sin embargo éso, como ya he dicho, es lo que los demás ven de mí. Sigo caminando impasible sobre aquel muro. Mirando aquí y allá. Una leve sonrisa se asoma en mi rostro cuando veo algún que otro curioso echando tímidos vistazos más allá de los límites que le definen. Hay tanto que aprender de todo aquel murmullo de voces incesantes...

Decido permanecer en el muro, sin ir a ningun lugar en concreto. Sólo quedarme allí sentada y escuchar. No le llameis indecisión. Tampoco miedo. Llamadlo curiosidad. Curiosidad por todo aquello que aún me queda por aprender. Por todas aquellas personas que aún me quedan por comprender. Me gusta éste lugar. Me da la amplia visión que siempre he querido tener. Todas las voces llegan a mí y escucho lo que dicen sin discriminaciones ni prejuicios.

Sin embargo todo tiene un precio. Mientras siga escuchando, mi cabeza se llenará de palabras que no me pertenecen. Un día alguien me pedirá escoger. Es lo que se espera de mí. No que escuche, sino que hable. Definirme. Da igual, no hay prisa. Aún no. Por suerte mi edad puede aún eximirme de dicha responsabilidad. Así que, de momento, disfrutaré de mi camino, paseando alegremente entre los límites que nos definen sin aventurarme hacia ningún lugar en particular, sin salir del muro.

Y eso me hace pensar... tal vez el muro sea un recinto en sí. Tal vez sea el lugar por el que se mueven nuestras mentes. Las de todos. Cada cual en su propia versión de la realidad y paseando entre opiniones y creencias. Recogiendo las palabras que nos llegan con el viento.

En ese caso... las piedras no son límites, sino palabras que forman paredes. Ésas paredes son opiniones. Opiniones creadas a partir de la extraña mezcla de aquellas palabras que no nos pertenecían y ahora sí. Las paredes de opiniones serpentean, extendiéndose y bifurcándose, creando una red laberíntica de pasillos infinitos por los que moverse entre unas mentes y otras.

Así, día a día, añadimos nuevas piedras al muro...

Ése muro llamado criterio.

miércoles, 6 de abril de 2011

El camino

Hoy me ha venido a la memoria un antiguo cuento. Uno de esos que se te ocurren cuando menos te lo esperas. Creo que quien me inspiró fue Irthan. Aunque no lo recuerde bien. Recuerdo haberlo escrito y presentado en clase para uno de aquellos extraños concursos literarios que hacíamos entonces. La profesora me dijo que debería haberlo pasado a limpio y presentado a otro concurso, pero no lo hice por pereza. Recibí una buena bronca por eso.

Pero bueno, eso no viene a cuento... la historia era así:


Existió hace mucho tiempo un lugar, en el cual sus habitantes vivían felices y despreocupados. No se daban jerarquías, nadie buscaba el poder. Era un lugar que no necesitaba ser gobernado por nada ni por nadie. Todos se aportaban sus habilidades y conocimientos entre ellos. Quien más sabio era, mayor voz tenía. Era una forma sencilla de hacer las cosas. Sus corazones eran tan puros, y tan honestas siempre sus intenciones, que sus almas se regocijaban con cada nuevo aliento y brillaban con una luz tan intensa, que cualquiera que los hubiese visto habría jurado que dos alas doradas brotaban de sus espaldas.

En aquel lugar, existía un camino. Un camino que nadie sabía a dónde conducía. Aún así, la curiosidad y la intriga en los corazones de los habitantes de aquel reino no superaba su miedo a lo desconocido. ¿Quién habría abandonado voluntariamente aquel paraíso? Y más desconociendo lo que se hallaba al otro lado. Pero... ¿Y si lo que había al otro lado eran montones de riquezas sin igual? La curiosidad se hizo a un lado, para dejar paso a la avaricia.

Impacientes y ansiosos, fueron a consultar al más grande de los sabios. Éste también desconocía los misterios que se ocultaban al otro lado del camino. Sin embargo, temía que fueran lo suficientemente poderosos como para que los habitantes de aquellas tierras abandonasen sus casas en busca de nuevas riquezas. Si aquello sucedía, sería el fin de la vida tal y como la conocían. El sabio, temeroso del futuro que les aguardaba, les dijo lo siguiente:

"Aquel que se digne a aventurarse en el camino será aquel dispuesto a traicionar estas tierras y a los suyos."

El mensaje, que el sabio anunció como reflexión, para el pueblo se convirtió en la guía hacia la destrucción. Aquellos cuyos corazones ya se habían dejado dominar por la avaricia, empezaron a matar a sus compañeros, pensando que aquel era el único camino a seguir para poder conseguir las riquezas que se hallaban al otro lado del camino. Se respiraba traición por doquier. No había forma de arreglarlo, ya era demasiado tarde. Quien no mataba por proteger a los suyos, lo hacía por venganza, los demás por avaricia. Pronto no quedaron manos limpias de sangre. Cada pluma de aquellas doradas alas, que al principio parecían llevar la luz y esperanza a aquellas tierras, desaparecía con cada gota carmesí que se vertía sobre aquel cementerio de ángeles caídos.

El sabio, temeroso, arrepentido y avergonzado, se ocultó en un templo alejado de la ciudad, a esperar a que el olor a sangre y muerte desapareciera de aquel lugar. Los sentimientos de culpa le acechaban con cada respiro que daba, pero no podía hacer absolutamente nada, solo esperar.

Al final, solo uno quedó en pie. Tuvo que matar a todos aquellos a los que quería. Cuando la traición florece, la confianza mengua, hasta desaparecer. Y cuando no hay confianza, no queda nada en lo que puedas creer. Ni siquiera aquellos a los que quieres. Pero ya daba igual arrepentirse. No había nadie. Estaba solo. Una lágrima se escapó de entre sus párpados, acariciando su rostro suavemente, hasta caer sobre una montaña de los cadáveres que una vez fueron las personas a las que amó.

Se giró ligeramente, mirando hacia el camino. Aquel camino. Era lo único que le quedaba. El único lugar al que podía dirigirse. Apuró el paso, y se dirigió al único rincón del mundo en el que podría comenzar una nueva vida. La esperanza volvió a su rostro con cada nuevo paso hacia delante. Su respiración se aceleró y el ritmo de sus pasos fue en aumento. Cada vez se acercaba más y más a su destino. Ya podía notar como la niebla se disipaba, cada vez quedaba menos.... menos para...

Silencio. Su cuerpo se detuvo. Su rostro empalideció. ¿Qué...?
Solo tierra. Rocas, polvo y tierra. Algún pequeño brote. La sombra de un árbol se vislumbraba en la lejanía. Sólo eso. ¿Ya está? ¿Por eso habían muerto tantos? Sólo eran... tierras. Como las de su hogar. Como las que compartía con sus amigos, su familia... Sólo que ellos ya no estaban. No quedaba nada.

Sus piernas dejaron de responderle. Su cuerpo se dejó caer. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras un grito ahogado desgarraba sus pulmones. Todos los sentimientos de culpa y desesperación inundaron su alma. Frustración, ira y soledad. Sólo eso. Sentimientos yermos que acompañaban el paisaje de aquellas tierras. Ahora lo único que le quedaba era aquello. Con sus últimas fuerzas agarró un puñado de aquella tierra y la mezclo con la sangre que le cubría de toda la gente que había matado con sus propias manos. La soledad es el peor sentimiento cuando tu mente se adentra en la penumbra. Crearía un ser, fruto de sus manos y de la sangre de sus personas amadas y partiendo de la tierra de aquel infierno. Y aquello sería lo único que valdría la pena de aquel lugar.

Estuvo días... meses... moldeando aquel ser. Y cuando por fin lo hubo creado, el miedo le inundó y dejó su obra inacabada. Huyó hacia las profundidades de una caverna. Ocultándose de todo, incluso de sí mismo. Y allí decidió pasar el resto de su existencia.

El sabio, que había permanecido oculto todo aquel tiempo, salió de su escondite cuando los gritos desesperados de aquella multitud sangrienta cesaron. No encontró palabras que describiesen aquel terrible escenario. Pero... alguien debió haber sobrevivido. Tendría que quedar alguien con vida. Aquel que dio la última puñalada. Su mirada se fijó el camino. Aquel dichoso camino.

Se dirigió hacia el otro lado, y al llegar pudo ver cómo aquel al que buscaba, huía hacia tierras lejanas dejando algo atrás. Al acercarse, pudo ver de qué se trataba.

Una persona. Hecha de sangre y barro... pero sin vida. El anciano miró hacia el horizonte. Pudo sentir parte de la soledad que ahora albergaría aquel que antes fue un hombre, y volvieron a él la culpa y el arrepentimiento. Pero esta vez unidos a un gran sentimiento de compasión. Movido por todos ellos, le otorgó vida a aquel y a otro muñeco, otorgándoles la luz de sus alas doradas. Les dio la vida que no había podido ofrecerles su creador. Tras lo cual huyó de nuevo. De vuelta hacia sus tierras. Aquel lugar que por querer proteger, había acabado destruyendo.

Pasaron muchos meses. Aquel pobre diablo aún seguía ocultándose en las sombras. La soledad lo había transformado. Solo quedaba de él una sombra de lo que una vez fue. Pero estaba solo... y tranquilo. El dolor era su compañero... y el silencio su aliado. O eso creía. El sonido de risas interrumpió su duelo y la incredulidad se mostró en su rostro cuando al asomarse vio a dos de sus figuras con vida.

Aquello sólo podía ser obra de una persona. Aquel que guardaba conocimientos suficientes como para otorgar vida a estatuas inertes. Aquel que le condenó a una vida de sufrimiento. El sabio. Su rostro se llenó de ira, mientras maldecía su nombre. No sólo le había despojado de todo lo que él quería, sino que ahora se apropiaba de lo único que podría considerarse suyo.

Notó cómo la luz bañaba sus cuerpos y quiso corromperla desde las sombras de su escondite, pues así permanecerían en aquel mundo, junto a él, para siempre. Al mismo tiempo, el sabio vigilaba las que ahora también eran sus creaciones. Al ver en qué se había convertido aquel hombre, quiso protegerlas de su destino y atraerlas hacia su reino, buscando también una segunda oportunidad con la que redimirse.

Desde entonces han pasado siglos, puede que incluso milenios, y así nos continuamos viendo. Como marionetas en una lucha entre un dios cobarde y un diablo arrepentido. Ambos demasiado asustados ante el vacío de la soledad. Ellos moverán los hilos de esta macabra obra y tú mismo elijirás el final de tu historia.

Y bailando entre dos mundos nos hallamos ahora mismo. Y no eres más que tú quien elije tu destino, pues vivimos nuestras vidas recorriendo aquel camino.

Aquel dichoso camino.

domingo, 3 de abril de 2011

Comienzo



Un bostezo. Estoy cansada. Miro por la ventana en la que tengo la cabeza apoyada y sonrío. Fuera llueve, pero aquí me siento a salvo. Se está bien, se está a gusto. La temperatura es cálida y el autobús se balancea levemente con cada bache... a este paso me quedaré dormida. Aún así la ventana está fría. Es una sensación muy agradable. Creo que podré aguantar hasta llegar a mi destino. Aunque bueno... aún queda un buen rato. Me pongo cómoda y suspiro. Vuelvo a sonreír al ver el vaho en la ventana y sigo observando la lluvia.

Ahí está, vuelve a empezar. Parece que mi mente reaccione sola. Me inundan miles de pensamientos sobre miles de cosas. Desde historias fantásticas que esperan un día ser contadas, hasta problemas del día a día. No me aburro nunca. A veces es doloroso, a veces divertido.

Pero bueno... dejemos hablar a mi mente. Tranquila, escucharé con paciencia lo que tengas que decirme, como hago siempre. Y... ¿quien sabe? A lo mejor un día me da por escribirlo en alguna parte. Así al menos no lo olvidaré luego.

Los pensamientos fluyen, el tiempo pasa, pero no pasa nada. Cuando llega mi parada me levanto y me voy.

"Hasta mañana. Te esperaré donde siempre. En el autobús, junto a la ventana."